Con todo eso ¿me olvide de la pintura? ¡Ni hablar! Durante la siesta, andando en la cinta del gimnasio o cuando me voy a la cama, sigo pintando mentalmente en el cuadro que descansa de mi en el caballete del silencioso estudio. Con los “colegas” hablo de pintura o voy a ver exposiciones de otros “colgados” como yo, y los libros que leo son, en un alto porcentaje, libros relacionados con la pintura. Es el “mono”, el puñetero “mono que no me deja tranquilo, hasta que por la mañana vuelvo al estudio, huelo la trementina, me enfrento al cuadro y me digo: “pues no esta tan mal” o, “decididamente, no me gusta”. En el primero de los casos lo pongo cara a la pared, para dentro de unos días o de unos meses, hacerle pasar “la prueba del algodón”. En el segundo, lo tiro al montón de los “malditos” y empiezo otro, con la esperanza de que va a ser mejor.
Y así un día, otro día, un año, casi treinta años que llevo pintando y exponiendo solo, o “en compañía de otros u otro” como dicen de los autores en los escritos judiciales. Como veis, mi “adicción” es tan fuerte que (si antes no recibo la visita del doctor Alzhéimer) morirá conmigo. No pienso hacer nada por “desengancharme” y hasta con cierta frecuencia sigo mostrando en público sin avergonzarme por ello, las secuelas de mi bendita “drogadicción”.
Carlos Bermejo
Abril de 2005
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